Sucede que asumimos la energía del amor solo como una interpretación de enamoramiento. Nada más lejos de su verdadera esencia. Decimos amar aquello que nos genera satisfacción o placer; cuando sucede, nuestro ego se siente cómodo, seguro y se piensa amado. Si esto es así, ¿para qué amar?
El riesgo está en que cuando la realidad no se ajusta a nuestras expectativas, surge el miedo como emoción primaria. Nos cuestionamos sobre cómo deberían ser las cosas o las personas. Este riesgo del enamoramiento solo conseguirá generar frustración y tristeza.
El amor jamás acapara, nunca posee, siempre suelta y es liberador, todo lo contrario al enamoramiento. Siempre habrás escuchado que el amor es capaz de transformarlo todo y es cierto, pues es la energía da entrada a las posibilidades de transformación. Solo podrás transformar aquello que hayas aceptado.
Puedes elegir o no vivir tu vida desde la apertura al otro, desde la realidad sin etiquetas, desde la experiencia sin juicios y quizás lo más bello, permitir que los otros puedan ser, liberándolos del peso de tus expectativas. Quien ama acepta – no se resigna – recibe para transformar en sí todo lo que lo apega o lo separa del otro: para eso el amor.
Mira a tu alrededor y verifica que tan armónica está resultando tu vida. Hay solo una forma de demostrarlo:
¡Cuestiónate!
•¿Hay tristeza?
•¿Existe enfermedad?
•¿Sientes escasez?
•¿Hay abandono o soledad?
•¿Existe violencia?
El miedo es la ausencia de amor. Si es así aún te preguntas: ¿para qué amar?
“Algunos encuentran el silencio insoportable, porque tienen demasiado ruido dentro de ellos mismos”… Esta sería mi respuesta personal a: amar, y ¿eso para qué?
Ahora, analízate y empieza a encontrar tus respuestas, no sin antes recordarte que todo parte del amor propio. Mira en este artículo cómo cultivarlo